martes, 22 de septiembre de 2009

Capítulo 3

Contactar con Bruce no es tan fácil como parece, has de pasar una serie de niveles para llegar a él, la mayoría de trámite si ya has tenido acuerdos satisfactorios con la organización, el único que puede dar algo de problemas es Kato, su asistente y guardaespaldas personal.
Si cogieran un camión de 8 ejes y lo dotaran de vida… y no fuera un Transformer, claro, sería el ejemplo más claro de cómo es Kato.
Como todos los estereotipos, el gigantón responde al suyo, y cuanto más grande es más cortito de entendederas parece, pero se comete un grave error al pensar eso, es mucho más listo de lo que nadie intuye, creo que Bruce juega con esa carta, que la mayoría deja entrever sus verdaderas intenciones delante de Kato contando con que no se dará cuenta y luego… digamos que más dura será la caída.

Afortunadamente, tuve el buen tino de no menospreciar al gigantón, y tras varios encargos se podría decir que a veces intuyo su predilección por mí.

- Buenos días, Kato, ¿qué tal van los negocios?.
- Bonjour señorita.
- ¡ey!, ¿y esa perilla a lo Ángeles del Infierno que te has dejado?. Pareces muy…uhm…¿cómo decirlo?
- ¿Peligroso, duro, temerario, sexy…?
- No, caprino.
- Jajaja, está loca, señorita. Beeee.
- Jajaja, no más de lo normal.¿Qué tal van los negocios por aquí?, ¿algo que me pueda interesar?.
- El jefe anda metido en un par de asuntos que están dándonos muy buenos frutos, es posible que algunos de los cabos sueltos sea un sustancioso anticipo para usted.
- Genial, ¿puedo hablar con Bruce?.
- Un segundo que le llamo.

Kato se va a la mesa que tiene habilitada con todo lo que un secretario al uso desearía: teléfono, fax, el último modelo de ordenador, un paquete de revistas que ya quisiera una peluquería.
No tarda mucho en volver, me guiña un ojo, si es que en el fondo es un encanto de armario ropero, espero que jamás tengamos que ser enemigos, no querría estar en su contra, con él optaría por salir corriendo no fuera que me atrapara.

- Señorita, el jefe está esperándola.
- Gracias, encanto.- Le guiño un ojo mientras entro… espero haber parecido sexy, la última vez que me dio por guiñar un ojo me preguntaron preocupados si se me había metido algo.

Detrás de las puertas de roble y metal está el despacho de Bruce, casi toda mi casa cabría dentro, más de una vez me he planteado pedirle a Kato unos patines para recorrer la distancia que me separa desde la entrada hasta donde se sitúa la mesa de mi empleador.
Atravieso con paso firme la alfombra gris perla que recubre casi todo el suelo, se oyen mis pisadas atenuadas por el grosor mullido que me rodea, normalmente no uso tacones, sólo llevo los estiletos en momentos especiales, por mucho que nos hayan intentado hacer creer los videojuegos, comics, películas, ninguna mujer que deba hacer un ejercicio físico, contra más una asesina como yo que ha de salir corriendo de mil y una vicisitudes, se le ocurre ponerse zapatitos de cristal, lo mínimo que puede pasar es cargarte los zapatos, si no tienes la mala suerte de romperte los tobillos. El día que vea correr a una atleta en las Olimpiadas con tacones, ese día me plantearé mi vestuario laboral.

A Bruce le encanta el histrionismo, está sentado en su sillón, una pieza del siglo XVII que seguramente habrá conseguido a muy buen precio, o como muy buena compensación. Algún día he de regalarle un persa blanco, es que es lo único que le falta para parecer el dirigente de Espectra.
Ha cambiado los cuadros, la última vez que vine tenía colgados unos Francis Bacon, mi conocimiento artístico no es tan exquisito como para saber si eran auténticos, pero aunque así fuera, por mucho que digan las publicaciones especializadas, a mí a recreación del Papa Inocencio X de Velázquez no sé si englobarla en: “oh, dios mío, he derramado aguarrás sobre mi cuadro” o en: “no sé si suicidarme o pintar para que el cuadro me haga morir de horror”.

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