Soy consciente de que no cuento con un equipo que pueda considerarse la elite de la investigación, pero cuando me planteo prescindir de cualquier miembro me siento como la veterinaria que ha de ponerle la inyección al perrito moribundo. Sé que no es profesional por mi parte, pero hasta ahora no hemos fracasado en ningún golpe.
Suponiendo que el que falle el silenciador de la automática por un exceso de pulido no cuente. Ni que se tenga en consideración el que entres por la puerta errónea debido a un plano equivocado. Obsesión de Harbor uno, despiste de Rose otro.
Así que cada vez que me encargan algo nuevo, no puedo evitar sentir una punzada de ansiedad: ¿qué puede ir mal esta vez?, algún día no salgo viva.
El trabajo de hoy es diferente, temo que será peor, teniendo en cuenta que generalmente me dan todo lo necesario para empezar a planificar, esta vez se han lucido: Bruce, maldito bastardo, ni el nombre me ha dado.
Tendré que utilizar casi todos mis informantes, y no me gusta pedir favores.
Llamo a las chicas, a veces me han cuestionado el que mi equipo esté compuesto sólo de mujeres, bueno, por un lado, sólo son dos, con lo que tampoco es que sea una feminista radial, y por otro lado, mis experiencias anteriores han acabado mal porque uno de ellos no acababa de asimilar que quien al final tomaba las decisiones era una chica, y el tener que demostrar continuamente mi capacidad agotó mi paciencia. En otra ocasión el asunto terminó peor de lo esperado, hay hombres que no entienden que un no es un no, y que no todas las mujeres necesitamos que nos hagan un favor, la cosa se resolvió con un cuerpo más en la estructura de un edificio en construcción. He de decir en mi descargo que fue defensa propia.
Por eso mi siguiente elección fueron ellas, y después de estos años, he tenido menos problemas que anteriormente, siempre y cuando imaginemos que el que mis posibilidades de ser atrapada y asesinada debido a sus “despistes” no son a propósito.
A Harbor la conocí en una reunión con un colega de profesión, le mencioné mi dificultad en encontrar alguien que controlase el equipamiento militar lo suficiente como para llevar el mantenimiento de mi arsenal, pero no tan inmiscuido dentro de la milicia como para despertar sospechas si hubiera que conseguir nuevo material proveniente de allí.
A veces su excesiva paranoia para que todo esté correcto me desquicia un poco, no deja nada a la imaginación, y en cuanto las cosas salen de lo previsto no deja posibilidad de flexibilidad porque no lo ha anticipado. Las cosas son o blancas o negras y cuadriculadas, vamos, que sigue parece que sigue viendo la vida en televisores de los años 50. Pero hace que si puedo fiarme de algo es de su trabajo, nunca (o prácticamente nunca) falla.
Por otro lado, justo en el espectro opuesto está Rose, ya casi ni recuerdo como entró a formar parte de mi pequeña camarilla, no lo recuerdo porque estaba borracha perdida un día de esos que no hay trabajo a la vista, ni posibles amenazas cerca. No hay nada como ir de juerga a un pueblo con menos habitantes que un centro comercial en rebajas para que se minimice el riesgo a umbrales insospechados.
Lo único que flota en mi memoria es que casi me caía al intentar abrir la puerta de la habitación de mi hostal cuando apareció ella tan borracha como yo para ayudarme.
Lo siguiente que viene a mi memoria es estar durmiendo en la bañera y tenerla con la cabeza dentro del váter… lo reconozco, la desperté tirando de la cadena y viendo su cara azul por el limpiador colgado allí. Hacedme caso, no os riáis a carcajadas con resaca: duele.
Nos quedamos hablando y resultó que tenía estudios en ingeniería, pero que como no le gustaba trabajar once meses al año estaba dando tumbos. Algo me hizo ofrecerle el puesto, ese algo fue el resto de alcohol en mis venas, de eso estoy segura.
Hasta ahora es mi mayor “enemiga”, teniendo en cuenta que la mitad de las veces que sigo sus planes estoy a punto de morir, pero le he cogido cariño… espero que se acuerde de eso cuando tenga que escribir un epitafio en mi lápida.
lunes, 28 de septiembre de 2009
viernes, 25 de septiembre de 2009
Capítulo 4
- Querida, que placer tenerte de nuevo aquí.
- Buenos días, Bruce, veo que has remodelado el despacho.
- Sí, cierto, creo que el arte Naïf va más con mi estado actual.
- ¿Estado actual?, ¿gordo?, porque si no me equivoco aquel es un Botero.
- Buen ojo, cielo.
Odio que me llamen monada, cielo, princesa, amor, pastelito, magdalena, bizcocho, tarta de fresa, bocadillo de jamón… pero como más vale no morder la mano que te alimenta me toca poner cara de adulada.
- Pasaba por aquí y…
- Ya, ya, ya. Mi amor, tengo ojos y oídos por todos lados, sé que llevas bastante tiempo sin poner tus aptitudes a trabajar.
- Bueno, son malos tiempos, incluso para nosotros.
- Precisamente estaba pensando en ti.
Será falso, lleva meses en los que sé que ha estado utilizando los recursos de otros, como ha mencionado, hay ojos y oídos por todos lados, y aunque yo no sea el clon de Dumbo, tampoco soy ignorante de lo que sucede.
- Espero que para bien. No recuerdo haber hecho ninguna trastada de la que tengas que acordarte.
- Jejeje, no, nena, siempre pienso en ti para bien, eres mi preferida.- Me lanza una sonrisita maliciosa que obvio mirando de nuevo los cuadros.- Pero ven, sentémonos.
Separo la butaca para sentarme, e intento componer de nuevo mi cara profesional, lo que vendría a ser cara de sensiblemente interesada en todo lo que se vaya a decir, aunque a veces no puedo evitar valorar los riesgos de la habitación donde estoy. Paseo la vista con disimulo, y absorbo los cambios, conozco demasiado bien el despacho para no tener ubicada ya las posibles salidas.
Mientras Bruce saca de la hibernación su ordenador, descubro que además de los cuadros, ha hecho otros pequeños cambios: la alfombra no está en su posición original, no lo había percatado antes, pero puedo ver el pequeño cambio de color en la tarima, fruto de continua protección dejada a la vista.
También la mesa está desplazada, y está dejando nuevas marcas al lado de las antiguas.
¿Remodelación del despacho?. Por costumbre mi mente almacena la nueva información independientemente de que sea importante o no. Es un rasgo de carácter.
- Desde hace un tiempo estamos teniendo una buena racha de contratos. Alguien está recompensándonos gratamente por limpiar sus trapos.
- ¿Y quién es ese benevolente personaje?.
- Oh, mi querida, esta vez no puedo decírtelo, acuerdo de confidencialidad con el cliente.
- Sí que ha de ser importante, supongo que es alguien público o de nuestro mundillo, porque de otro modo no hay mucho sentido en que no nos informes para poder estudiar las variables de donde se mueve cliente y objetivo.
- Lo siento, pero esta vez es a ciegas. No puedo decir nada.
- Esto sí que es nuevo, ¿desde cuando eres un sacerdote o un abogado?.
- Desde que el plus por mantener la boca cerrada me provee de un gran incentivo.
- Claro, claro. ¿Y hay algo que yo pueda hacer por tu nuevo cliente misterioso?.
- Sí, precisamente eres la indicada para rematar algunos flecos que nos están quedando.
Arrastra la silla para abrir el armario que tiene a su espalda, momento que aprovecho para girarme un poco intentando conseguir un ángulo desde el que pueda ver parte de la pantalla.
No veo más que el reflejo de una foto expuesta en ella, pero puede ser cualquier cosa, desde un detalle que tenga algo que ver con el cliente a una foto porno en la que ande recreándose mientras habla conmigo. ¿Será de hombre o de mujer?, Bruce juega al despiste y nunca confirma opciones sobre él.
He de recolocarme de nuevo, se vuelve con una carpeta demasiado gruesa para lo usual y la coloca sobre la mesa.
- Veamos lo que nos queda por aquí… Uhm… sí, creo que esto es perfecto para ti.
Pone una serie de fotografías delante mío, en ella se ve a relativa distancia una pareja que se abraza, que se despide y que va cada una por un lado. Él es alto y de mediana edad. No estoy segura de si se aprecian unas canas en el pelo o es el efecto de la mala calidad de la foto. En algunas de las fotos se ve que lleva un maletín en la mano izquierda, lo interesante es que en otra me parece intuir que el maletín va cogido a su muñeca por algo con un reflejo metálico: ¿esposas?. Es alguien con poder o dinero, o ambos, que suelen ir acompañados.
Respecto a ella, no hay mucho que saque de la serie de fotos, a priori parece una rubia típica: bien vestida, con altos tacones y buen cuerpo. No observo nada que me sea de utilidad en ella, excepto que mientras el hombre se aleja hacia un coche con chofer, ella es recogida por otro que me recuerda levemente a los coches oficiales.
- Bien, dime. ¿Qué necesitas?.
- Lo de siempre, en lo que eres experta: un trabajo limpio y fuera de sospecha. Únicamente hay un detalle: debe ser en un día y momento fijo.
- Eso no es lo normal, la oportunidad no se presenta cuando uno quiere. ¿Quién es el objetivo?, ¿él?.
- Los dos. Nuestro cliente quiere que los mates a los dos y que consigas algo.
- ¿El maletín del hombre?.
- No, eso es irrelevante, es algo que tiene ella.
- Muy bien, necesito más información para conseguirlo. Nombres, datos, todo lo que me pueda ser de utilidad.
- Sólo puedo darte unos nombres y las fotos. El resto tendrás que averiguarlo tú. Sólo puedo decirte que le fecha y el momento del trabajo te lo diré un poco antes, por ahora no está en mi mando esa información.
- Ya veo, nada de facilidades. ¿Cuál es el precio?.
- Un millón por cabeza.
- Sí que tiene interés en que no sigan en este mundo.
- Yo no pregunto razones, sólo valoro riesgos para mí… y mi gente, claro.
- Claro.
- Está bien, acepto el trato, pero necesito todo lo que me puedas dar, todo.
- Esta es mi chica.
Después de media hora más discutiendo detalles de la operación con Bruce salgo de su edificio.
Menuda mierda en la que me he metido, un encargo que se sujeta con alfileres, y que además tiene el añadido de que ha de ser en el momento en el que alguien ajeno te diga, lo que incrementa con mucho la peligrosidad.
Saco el móvil para llamar a mi grupo y que nos pongamos a averiguar quienes son estos dos antes de que se enfríe la escasa pista que me han dado.
- ¡Joder!
- Buenos días, Bruce, veo que has remodelado el despacho.
- Sí, cierto, creo que el arte Naïf va más con mi estado actual.
- ¿Estado actual?, ¿gordo?, porque si no me equivoco aquel es un Botero.
- Buen ojo, cielo.
Odio que me llamen monada, cielo, princesa, amor, pastelito, magdalena, bizcocho, tarta de fresa, bocadillo de jamón… pero como más vale no morder la mano que te alimenta me toca poner cara de adulada.
- Pasaba por aquí y…
- Ya, ya, ya. Mi amor, tengo ojos y oídos por todos lados, sé que llevas bastante tiempo sin poner tus aptitudes a trabajar.
- Bueno, son malos tiempos, incluso para nosotros.
- Precisamente estaba pensando en ti.
Será falso, lleva meses en los que sé que ha estado utilizando los recursos de otros, como ha mencionado, hay ojos y oídos por todos lados, y aunque yo no sea el clon de Dumbo, tampoco soy ignorante de lo que sucede.
- Espero que para bien. No recuerdo haber hecho ninguna trastada de la que tengas que acordarte.
- Jejeje, no, nena, siempre pienso en ti para bien, eres mi preferida.- Me lanza una sonrisita maliciosa que obvio mirando de nuevo los cuadros.- Pero ven, sentémonos.
Separo la butaca para sentarme, e intento componer de nuevo mi cara profesional, lo que vendría a ser cara de sensiblemente interesada en todo lo que se vaya a decir, aunque a veces no puedo evitar valorar los riesgos de la habitación donde estoy. Paseo la vista con disimulo, y absorbo los cambios, conozco demasiado bien el despacho para no tener ubicada ya las posibles salidas.
Mientras Bruce saca de la hibernación su ordenador, descubro que además de los cuadros, ha hecho otros pequeños cambios: la alfombra no está en su posición original, no lo había percatado antes, pero puedo ver el pequeño cambio de color en la tarima, fruto de continua protección dejada a la vista.
También la mesa está desplazada, y está dejando nuevas marcas al lado de las antiguas.
¿Remodelación del despacho?. Por costumbre mi mente almacena la nueva información independientemente de que sea importante o no. Es un rasgo de carácter.
- Desde hace un tiempo estamos teniendo una buena racha de contratos. Alguien está recompensándonos gratamente por limpiar sus trapos.
- ¿Y quién es ese benevolente personaje?.
- Oh, mi querida, esta vez no puedo decírtelo, acuerdo de confidencialidad con el cliente.
- Sí que ha de ser importante, supongo que es alguien público o de nuestro mundillo, porque de otro modo no hay mucho sentido en que no nos informes para poder estudiar las variables de donde se mueve cliente y objetivo.
- Lo siento, pero esta vez es a ciegas. No puedo decir nada.
- Esto sí que es nuevo, ¿desde cuando eres un sacerdote o un abogado?.
- Desde que el plus por mantener la boca cerrada me provee de un gran incentivo.
- Claro, claro. ¿Y hay algo que yo pueda hacer por tu nuevo cliente misterioso?.
- Sí, precisamente eres la indicada para rematar algunos flecos que nos están quedando.
Arrastra la silla para abrir el armario que tiene a su espalda, momento que aprovecho para girarme un poco intentando conseguir un ángulo desde el que pueda ver parte de la pantalla.
No veo más que el reflejo de una foto expuesta en ella, pero puede ser cualquier cosa, desde un detalle que tenga algo que ver con el cliente a una foto porno en la que ande recreándose mientras habla conmigo. ¿Será de hombre o de mujer?, Bruce juega al despiste y nunca confirma opciones sobre él.
He de recolocarme de nuevo, se vuelve con una carpeta demasiado gruesa para lo usual y la coloca sobre la mesa.
- Veamos lo que nos queda por aquí… Uhm… sí, creo que esto es perfecto para ti.
Pone una serie de fotografías delante mío, en ella se ve a relativa distancia una pareja que se abraza, que se despide y que va cada una por un lado. Él es alto y de mediana edad. No estoy segura de si se aprecian unas canas en el pelo o es el efecto de la mala calidad de la foto. En algunas de las fotos se ve que lleva un maletín en la mano izquierda, lo interesante es que en otra me parece intuir que el maletín va cogido a su muñeca por algo con un reflejo metálico: ¿esposas?. Es alguien con poder o dinero, o ambos, que suelen ir acompañados.
Respecto a ella, no hay mucho que saque de la serie de fotos, a priori parece una rubia típica: bien vestida, con altos tacones y buen cuerpo. No observo nada que me sea de utilidad en ella, excepto que mientras el hombre se aleja hacia un coche con chofer, ella es recogida por otro que me recuerda levemente a los coches oficiales.
- Bien, dime. ¿Qué necesitas?.
- Lo de siempre, en lo que eres experta: un trabajo limpio y fuera de sospecha. Únicamente hay un detalle: debe ser en un día y momento fijo.
- Eso no es lo normal, la oportunidad no se presenta cuando uno quiere. ¿Quién es el objetivo?, ¿él?.
- Los dos. Nuestro cliente quiere que los mates a los dos y que consigas algo.
- ¿El maletín del hombre?.
- No, eso es irrelevante, es algo que tiene ella.
- Muy bien, necesito más información para conseguirlo. Nombres, datos, todo lo que me pueda ser de utilidad.
- Sólo puedo darte unos nombres y las fotos. El resto tendrás que averiguarlo tú. Sólo puedo decirte que le fecha y el momento del trabajo te lo diré un poco antes, por ahora no está en mi mando esa información.
- Ya veo, nada de facilidades. ¿Cuál es el precio?.
- Un millón por cabeza.
- Sí que tiene interés en que no sigan en este mundo.
- Yo no pregunto razones, sólo valoro riesgos para mí… y mi gente, claro.
- Claro.
- Está bien, acepto el trato, pero necesito todo lo que me puedas dar, todo.
- Esta es mi chica.
Después de media hora más discutiendo detalles de la operación con Bruce salgo de su edificio.
Menuda mierda en la que me he metido, un encargo que se sujeta con alfileres, y que además tiene el añadido de que ha de ser en el momento en el que alguien ajeno te diga, lo que incrementa con mucho la peligrosidad.
Saco el móvil para llamar a mi grupo y que nos pongamos a averiguar quienes son estos dos antes de que se enfríe la escasa pista que me han dado.
- ¡Joder!
martes, 22 de septiembre de 2009
Capítulo 3
Contactar con Bruce no es tan fácil como parece, has de pasar una serie de niveles para llegar a él, la mayoría de trámite si ya has tenido acuerdos satisfactorios con la organización, el único que puede dar algo de problemas es Kato, su asistente y guardaespaldas personal.
Si cogieran un camión de 8 ejes y lo dotaran de vida… y no fuera un Transformer, claro, sería el ejemplo más claro de cómo es Kato.
Como todos los estereotipos, el gigantón responde al suyo, y cuanto más grande es más cortito de entendederas parece, pero se comete un grave error al pensar eso, es mucho más listo de lo que nadie intuye, creo que Bruce juega con esa carta, que la mayoría deja entrever sus verdaderas intenciones delante de Kato contando con que no se dará cuenta y luego… digamos que más dura será la caída.
Afortunadamente, tuve el buen tino de no menospreciar al gigantón, y tras varios encargos se podría decir que a veces intuyo su predilección por mí.
- Buenos días, Kato, ¿qué tal van los negocios?.
- Bonjour señorita.
- ¡ey!, ¿y esa perilla a lo Ángeles del Infierno que te has dejado?. Pareces muy…uhm…¿cómo decirlo?
- ¿Peligroso, duro, temerario, sexy…?
- No, caprino.
- Jajaja, está loca, señorita. Beeee.
- Jajaja, no más de lo normal.¿Qué tal van los negocios por aquí?, ¿algo que me pueda interesar?.
- El jefe anda metido en un par de asuntos que están dándonos muy buenos frutos, es posible que algunos de los cabos sueltos sea un sustancioso anticipo para usted.
- Genial, ¿puedo hablar con Bruce?.
- Un segundo que le llamo.
Kato se va a la mesa que tiene habilitada con todo lo que un secretario al uso desearía: teléfono, fax, el último modelo de ordenador, un paquete de revistas que ya quisiera una peluquería.
No tarda mucho en volver, me guiña un ojo, si es que en el fondo es un encanto de armario ropero, espero que jamás tengamos que ser enemigos, no querría estar en su contra, con él optaría por salir corriendo no fuera que me atrapara.
- Señorita, el jefe está esperándola.
- Gracias, encanto.- Le guiño un ojo mientras entro… espero haber parecido sexy, la última vez que me dio por guiñar un ojo me preguntaron preocupados si se me había metido algo.
Detrás de las puertas de roble y metal está el despacho de Bruce, casi toda mi casa cabría dentro, más de una vez me he planteado pedirle a Kato unos patines para recorrer la distancia que me separa desde la entrada hasta donde se sitúa la mesa de mi empleador.
Atravieso con paso firme la alfombra gris perla que recubre casi todo el suelo, se oyen mis pisadas atenuadas por el grosor mullido que me rodea, normalmente no uso tacones, sólo llevo los estiletos en momentos especiales, por mucho que nos hayan intentado hacer creer los videojuegos, comics, películas, ninguna mujer que deba hacer un ejercicio físico, contra más una asesina como yo que ha de salir corriendo de mil y una vicisitudes, se le ocurre ponerse zapatitos de cristal, lo mínimo que puede pasar es cargarte los zapatos, si no tienes la mala suerte de romperte los tobillos. El día que vea correr a una atleta en las Olimpiadas con tacones, ese día me plantearé mi vestuario laboral.
A Bruce le encanta el histrionismo, está sentado en su sillón, una pieza del siglo XVII que seguramente habrá conseguido a muy buen precio, o como muy buena compensación. Algún día he de regalarle un persa blanco, es que es lo único que le falta para parecer el dirigente de Espectra.
Ha cambiado los cuadros, la última vez que vine tenía colgados unos Francis Bacon, mi conocimiento artístico no es tan exquisito como para saber si eran auténticos, pero aunque así fuera, por mucho que digan las publicaciones especializadas, a mí a recreación del Papa Inocencio X de Velázquez no sé si englobarla en: “oh, dios mío, he derramado aguarrás sobre mi cuadro” o en: “no sé si suicidarme o pintar para que el cuadro me haga morir de horror”.
Si cogieran un camión de 8 ejes y lo dotaran de vida… y no fuera un Transformer, claro, sería el ejemplo más claro de cómo es Kato.
Como todos los estereotipos, el gigantón responde al suyo, y cuanto más grande es más cortito de entendederas parece, pero se comete un grave error al pensar eso, es mucho más listo de lo que nadie intuye, creo que Bruce juega con esa carta, que la mayoría deja entrever sus verdaderas intenciones delante de Kato contando con que no se dará cuenta y luego… digamos que más dura será la caída.
Afortunadamente, tuve el buen tino de no menospreciar al gigantón, y tras varios encargos se podría decir que a veces intuyo su predilección por mí.
- Buenos días, Kato, ¿qué tal van los negocios?.
- Bonjour señorita.
- ¡ey!, ¿y esa perilla a lo Ángeles del Infierno que te has dejado?. Pareces muy…uhm…¿cómo decirlo?
- ¿Peligroso, duro, temerario, sexy…?
- No, caprino.
- Jajaja, está loca, señorita. Beeee.
- Jajaja, no más de lo normal.¿Qué tal van los negocios por aquí?, ¿algo que me pueda interesar?.
- El jefe anda metido en un par de asuntos que están dándonos muy buenos frutos, es posible que algunos de los cabos sueltos sea un sustancioso anticipo para usted.
- Genial, ¿puedo hablar con Bruce?.
- Un segundo que le llamo.
Kato se va a la mesa que tiene habilitada con todo lo que un secretario al uso desearía: teléfono, fax, el último modelo de ordenador, un paquete de revistas que ya quisiera una peluquería.
No tarda mucho en volver, me guiña un ojo, si es que en el fondo es un encanto de armario ropero, espero que jamás tengamos que ser enemigos, no querría estar en su contra, con él optaría por salir corriendo no fuera que me atrapara.
- Señorita, el jefe está esperándola.
- Gracias, encanto.- Le guiño un ojo mientras entro… espero haber parecido sexy, la última vez que me dio por guiñar un ojo me preguntaron preocupados si se me había metido algo.
Detrás de las puertas de roble y metal está el despacho de Bruce, casi toda mi casa cabría dentro, más de una vez me he planteado pedirle a Kato unos patines para recorrer la distancia que me separa desde la entrada hasta donde se sitúa la mesa de mi empleador.
Atravieso con paso firme la alfombra gris perla que recubre casi todo el suelo, se oyen mis pisadas atenuadas por el grosor mullido que me rodea, normalmente no uso tacones, sólo llevo los estiletos en momentos especiales, por mucho que nos hayan intentado hacer creer los videojuegos, comics, películas, ninguna mujer que deba hacer un ejercicio físico, contra más una asesina como yo que ha de salir corriendo de mil y una vicisitudes, se le ocurre ponerse zapatitos de cristal, lo mínimo que puede pasar es cargarte los zapatos, si no tienes la mala suerte de romperte los tobillos. El día que vea correr a una atleta en las Olimpiadas con tacones, ese día me plantearé mi vestuario laboral.
A Bruce le encanta el histrionismo, está sentado en su sillón, una pieza del siglo XVII que seguramente habrá conseguido a muy buen precio, o como muy buena compensación. Algún día he de regalarle un persa blanco, es que es lo único que le falta para parecer el dirigente de Espectra.
Ha cambiado los cuadros, la última vez que vine tenía colgados unos Francis Bacon, mi conocimiento artístico no es tan exquisito como para saber si eran auténticos, pero aunque así fuera, por mucho que digan las publicaciones especializadas, a mí a recreación del Papa Inocencio X de Velázquez no sé si englobarla en: “oh, dios mío, he derramado aguarrás sobre mi cuadro” o en: “no sé si suicidarme o pintar para que el cuadro me haga morir de horror”.
lunes, 14 de septiembre de 2009
Capítulo 2
Los asesinos en serie no se anuncian en la guía, no encontrarás un anuncio del tipo: “Asesina francesa universitaria, guapa, con dos grandes armas, hago de todo: corbata francesa, tortura china natural. Me desplazo”, por esa misma razón es tan importante mantener una red de clientes satisfechos e informadores discretos que hagan llegar fácilmente la necesidad de un profesional a nuestros oídos.
En mi caso, mi empleador usual, aunque soy autónoma, es un tipo del que más vale ser amiga, no por la calidad de los trabajo que me consigue, sino porque el no tenerle de mi lado me acarrea más inconvenientes que ventajas.
Bruce no cuadra con la categoría de gordito afectuoso y feliz, es más, creo que si hubiera una entrada en el diccionario de “hijo de perra, traidor y misógino” su cara estaría ilustrándola. Pero es el procurador de trabajo más eficiente y que mejor paga de todo el mundillo.
Esa es su única parte buena.
La mala: ¿he dicho que es un hijo de perra traidor?.
Bruce no tiene moral, no creo ni que sepa que significa eso, lo mismo te contrata para hacer un encargo que da el mismo a otro asesino, y la cara de sorpresa cuando llegas tarde a tu objetivo y le ves muerto roza con la ira.
Mi Némesis, si quitamos a mi madre, la cual roza el culmen del sufrimiento filial, no es el gordito desalmado, es un grupo de mercenarios que se hacen conocer con el nombre de DS. Nuestra relación podría resumirse en un simple odio mutuo.
Nos hemos boicoteado trabajos por todo el mundo, desde pequeñas escaramuzas en Azores a verdaderos trabajos de ingeniería planificadora en Oriente Medio, pero siempre se me quedará grabado el verles matar a sangre fría a uno de los suyos en plena acción en Londres.
No quiero decir que la matanza me escandalice, si fuera así no trabajaría de lo que trabajo, fue el modo en el que lo hicieron: sin previo aviso, sin que nadie lo esperase, al menos aparentemente, porque justo en ese momento se felicitaban por terminado la misión, y entre risas, cogieron al pobre infeliz y le hicieron comer una granada de presión, después le colocaron en un torno y el resto es historia escrita en todas las paredes con bilis, sesos y restos humanos, todo amenizado por carcajadas aún más altas.
Pero así es Bruce, y así es el mundo en el que me muevo, has de saber donde pisas porque puede que sea tu último paso.
Como me fastidia tener que recurrir a esa bolsa de grasa para salir de esta inacción.
En mi caso, mi empleador usual, aunque soy autónoma, es un tipo del que más vale ser amiga, no por la calidad de los trabajo que me consigue, sino porque el no tenerle de mi lado me acarrea más inconvenientes que ventajas.
Bruce no cuadra con la categoría de gordito afectuoso y feliz, es más, creo que si hubiera una entrada en el diccionario de “hijo de perra, traidor y misógino” su cara estaría ilustrándola. Pero es el procurador de trabajo más eficiente y que mejor paga de todo el mundillo.
Esa es su única parte buena.
La mala: ¿he dicho que es un hijo de perra traidor?.
Bruce no tiene moral, no creo ni que sepa que significa eso, lo mismo te contrata para hacer un encargo que da el mismo a otro asesino, y la cara de sorpresa cuando llegas tarde a tu objetivo y le ves muerto roza con la ira.
Mi Némesis, si quitamos a mi madre, la cual roza el culmen del sufrimiento filial, no es el gordito desalmado, es un grupo de mercenarios que se hacen conocer con el nombre de DS. Nuestra relación podría resumirse en un simple odio mutuo.
Nos hemos boicoteado trabajos por todo el mundo, desde pequeñas escaramuzas en Azores a verdaderos trabajos de ingeniería planificadora en Oriente Medio, pero siempre se me quedará grabado el verles matar a sangre fría a uno de los suyos en plena acción en Londres.
No quiero decir que la matanza me escandalice, si fuera así no trabajaría de lo que trabajo, fue el modo en el que lo hicieron: sin previo aviso, sin que nadie lo esperase, al menos aparentemente, porque justo en ese momento se felicitaban por terminado la misión, y entre risas, cogieron al pobre infeliz y le hicieron comer una granada de presión, después le colocaron en un torno y el resto es historia escrita en todas las paredes con bilis, sesos y restos humanos, todo amenizado por carcajadas aún más altas.
Pero así es Bruce, y así es el mundo en el que me muevo, has de saber donde pisas porque puede que sea tu último paso.
Como me fastidia tener que recurrir a esa bolsa de grasa para salir de esta inacción.
domingo, 13 de septiembre de 2009
Capítulo 1
Odio el super, sí, cada vez que vengo me pregunto mil veces por qué habré dejado mi C-4 en casa… mi C-4, mi rifle de asalto, mi Beretta , mi rodillo de amasar pan… cualquier cosa que haga que las viejas inoportunas que se me cuelan en la pescadería tengan un placentero viaje al más allá.
Cuando paso al lado de los espejos de seguridad no me reconozco, no puedo ser esa mujer con ojeras y moño despeinado que viste una camiseta desteñida. ¡Qué bajo he caído!, quien iba a pensar que alguna vez acabaría de este modo.
Me llamo… bueno, podéis llamarme Hide, y hasta hace poco era la más letal y efectiva asesina a sueldo que se podía encontrar en el mercado de mercenarios. Pero llegó la crisis, y de pronto dejó de ser productivo cargarte a los competidores y cabos sueltos. No acabo de entender el porqué, teniendo la gran gama de precios que tenemos, que tampoco es tan caro contratarme para acabar con la vecina que te tira el agua de los geranios en la ropa colgada.
Así pues, aquí me encuentro, tratando de no romperle el cuello al que me atropella con el carrito por el pasillo de los detergentes, parece que últimamente le dan el carnet de conductor a cualquiera que tenga alma de kamikaze.
Me lo tengo merecido, eso me pasa por no haber guardado nada en todos estos años, pero es que las fiestas en las que corría el champán por doquier eran casi necesarias.
Desespero por un trabajo, me voy a volver loca como siga haciendo de ama de casa, nunca había echado tanto de menos mi profesión: su emoción y su riesgo.
La última vez que actué fue en Sudáfrica: se me encargó acabar con las presiones que ejercía un cacique local sobre un traficante de armas, por alguna extraña razón parece que no le sentaba muy bien que las cajas con los cohetes tierra-aire se extraviasen siempre en los controles que el primero ponía.
El trabajo estaba bien pagado, el riesgo era aceptable, y afortunadamente para Rose, mi ayudante de tácticas, al final resultó más sencillo de lo proyectado, ya que el jerarca había acabado creyéndose su aire de divinidad intocable autoimpuesto, y redujo su guardia personal a sólo cuatro gigantones con metralletas de corto alcance.
Para facilitarme la tarea organizó una fiesta a los más altos cargos de la zona, y conseguí entrar como una invitada más, llegó a ser hasta divertido cuando me colé en su habitación y le dejé preparada aquella guillotina especialidad de Harbor, ella siempre me provee de las más ocurrentes armas. Quizás el baño de sangre fue algo excesivo, Harbor nunca medita a la hora de controlar los efectos de sus juguetitos, pero nada que un cambio de vestido y un buen peeling no pudiera arreglar.
Algo más complicada fue la salida de la residencia ya que el sistema de seguridad había sido ampliado ese mismo día y no entró dentro del análisis de riesgos que preparé. Sin embargo logré escapar justo a tiempo antes de que…
¡Mierda, ya está el teléfono sonando de nuevo!... y sé quien es sin cogerlo, grrr…
-Dime… mamá, ¿qué quieres ahora?
-Oye, ¿dónde estás?, bueno, da igual, venme a buscar que quiero ir a comprar una máquina de correr.
-¿ein?, ¡pero si tu no puedes correr, tienes hernia discal!, ¿para qué quieres una cinta de correr?
-Es que está barata y claro, no hay que desaprovechar la oportunidad.
-No, mamá, da lo mismo que sea gratis, tú no puedes usarla, es absurdo que la compres, la vas a dejar tirada como tantas cosas antes.
-¡Se lo voy a decir a tu padre, que nunca quieres llevarme a comprar, con todas las cosas que yo hago por ti, eres una desagradecida, te he criado para que luego me salgas así, que poco te pareces a la hija de la vecina, ella sí que es una buena hija, está todo el día con su madre, sale hasta con ella de juerga!
-Mamá, tienes 60 años, ¿a qué juerga se supone que quieres ir?
-¡ya me lo dicen mis amigas, pobrecita de mí, que tengo una hija que..
-¡¡¡está bien, está bien, ya voy!!! Grrrrr.
Maldita sea, ¿por qué regresé a la misma ciudad de mi madre?. Tiene el don de hacerme perder los papeles en tres frases.
Cuando paso al lado de los espejos de seguridad no me reconozco, no puedo ser esa mujer con ojeras y moño despeinado que viste una camiseta desteñida. ¡Qué bajo he caído!, quien iba a pensar que alguna vez acabaría de este modo.
Me llamo… bueno, podéis llamarme Hide, y hasta hace poco era la más letal y efectiva asesina a sueldo que se podía encontrar en el mercado de mercenarios. Pero llegó la crisis, y de pronto dejó de ser productivo cargarte a los competidores y cabos sueltos. No acabo de entender el porqué, teniendo la gran gama de precios que tenemos, que tampoco es tan caro contratarme para acabar con la vecina que te tira el agua de los geranios en la ropa colgada.
Así pues, aquí me encuentro, tratando de no romperle el cuello al que me atropella con el carrito por el pasillo de los detergentes, parece que últimamente le dan el carnet de conductor a cualquiera que tenga alma de kamikaze.
Me lo tengo merecido, eso me pasa por no haber guardado nada en todos estos años, pero es que las fiestas en las que corría el champán por doquier eran casi necesarias.
Desespero por un trabajo, me voy a volver loca como siga haciendo de ama de casa, nunca había echado tanto de menos mi profesión: su emoción y su riesgo.
La última vez que actué fue en Sudáfrica: se me encargó acabar con las presiones que ejercía un cacique local sobre un traficante de armas, por alguna extraña razón parece que no le sentaba muy bien que las cajas con los cohetes tierra-aire se extraviasen siempre en los controles que el primero ponía.
El trabajo estaba bien pagado, el riesgo era aceptable, y afortunadamente para Rose, mi ayudante de tácticas, al final resultó más sencillo de lo proyectado, ya que el jerarca había acabado creyéndose su aire de divinidad intocable autoimpuesto, y redujo su guardia personal a sólo cuatro gigantones con metralletas de corto alcance.
Para facilitarme la tarea organizó una fiesta a los más altos cargos de la zona, y conseguí entrar como una invitada más, llegó a ser hasta divertido cuando me colé en su habitación y le dejé preparada aquella guillotina especialidad de Harbor, ella siempre me provee de las más ocurrentes armas. Quizás el baño de sangre fue algo excesivo, Harbor nunca medita a la hora de controlar los efectos de sus juguetitos, pero nada que un cambio de vestido y un buen peeling no pudiera arreglar.
Algo más complicada fue la salida de la residencia ya que el sistema de seguridad había sido ampliado ese mismo día y no entró dentro del análisis de riesgos que preparé. Sin embargo logré escapar justo a tiempo antes de que…
¡Mierda, ya está el teléfono sonando de nuevo!... y sé quien es sin cogerlo, grrr…
-Dime… mamá, ¿qué quieres ahora?
-Oye, ¿dónde estás?, bueno, da igual, venme a buscar que quiero ir a comprar una máquina de correr.
-¿ein?, ¡pero si tu no puedes correr, tienes hernia discal!, ¿para qué quieres una cinta de correr?
-Es que está barata y claro, no hay que desaprovechar la oportunidad.
-No, mamá, da lo mismo que sea gratis, tú no puedes usarla, es absurdo que la compres, la vas a dejar tirada como tantas cosas antes.
-¡Se lo voy a decir a tu padre, que nunca quieres llevarme a comprar, con todas las cosas que yo hago por ti, eres una desagradecida, te he criado para que luego me salgas así, que poco te pareces a la hija de la vecina, ella sí que es una buena hija, está todo el día con su madre, sale hasta con ella de juerga!
-Mamá, tienes 60 años, ¿a qué juerga se supone que quieres ir?
-¡ya me lo dicen mis amigas, pobrecita de mí, que tengo una hija que..
-¡¡¡está bien, está bien, ya voy!!! Grrrrr.
Maldita sea, ¿por qué regresé a la misma ciudad de mi madre?. Tiene el don de hacerme perder los papeles en tres frases.
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