miércoles, 7 de octubre de 2009

Capítulo 7

He dejado a las chicas trabajando en el asunto de las fotos mientras salgo para indagar entre conocidos de confianza, es importante tener una buena red de información, nunca se sabe quien puede ayudarte ni en qué.

Cuando estoy saliendo a la autopista recibo una llamada, no sé si hice bien en cambiarle el tono del móvil para reconocer a quien marca, porque realmente me empiezo a cabrear según descubro la melodía. Le puse un tono de teléfono clásico, debí ponerle el Réquiem, le queda mejor.

- Mamá.
- ¿Dónde estás?.
- ¡Haciendo mis cosas!, ¿qué te pasa?.
- Oye, que estoy en una tienda, y he visto una máquina de café espresso divina.
- Mamá, a mi no me gusta el café, no lo tomo.
- Bueno, pues para cuando tengas novio, porque se te va a pasar el arroz, si es que no sé que le haces a los hombres que siempre te dejan, tienes el don de buscarte los peores, ya se lo digo a tu padre, que no sé que hemos hecho mal para que nadie te quiera. ¿No me ves a mí?, sólo tu padre, y ahí estamos, ya 35 años casados, vas a ser una solterona si sigues así, si quieres busco al hijo de alguna amiga, lo mismo queda alguno libre…
- ¡¡Mamá, deja el maldito tema!! No me compres nada, no me busques novio, te cuelgo.
- Qué estúpida eres, no me extraña que estés sola. Hala, adiós.


Me enerva, me pone de mala humor, siempre la misma cantinela.
Bajo la velocidad del coche, sin ser consciente he pisado el acelerador y lo último que quiero es que la policía me pare y me registre, que aunque tengo permiso de armas no es cuestión de darles pie para que me tengan retenida y empiece a constar en las bases de datos.

Mi primera parada es el bar de un conocido, no creo que saque mucho de allí, pero como en todos los bares, los rumores van y vienen y en el fondo muchos de ellos tienen visas de ser auténticos.
Aparco un par de calles por detrás del local, así tengo la oportunidad de comprobar el terreno, son costumbres profesionales.
En cuanto entro tardo unos segundo en acomodar la visión a la oscuridad que reina dentro, el contraste con el exterior me deja vulnerable un par de segundos. No es muy tarde, así que apenas hay parroquianos: una mujer que limpia en el final de la barra, un habitual charlando con un camarero y Nan, el dueño.

- Mira quien está aquí, Hide, encanto. ¿Qué te trae por este antro de perdición?.
- Buenas horas, Nan, mucho tiempo sin verte esa calvorota, algún día te confundirán con una bola de billar, espero que no te cuelen en ningún hoyo oscuro y maloliente.
- Eh, los hoyos en los que me cuelo son oscuros pero no huelen mal… tan mal. Pero anda, tómate algo. ¿Qué te pongo?.
- Dame un refresco, que no son horas.
- ¿Vienes a ver a un viejo amigo o te traen asuntos de trabajo?.
- ¿Te consolaría saber que ambos?.
- Serás mentirosa, venga suelta, que necesitas.
- No mucho, sólo saber si se ha oído algo en lo que puede estar metido Bruce.
- ¿Ese gordo carbón?, no me gusta meterme en su terreno, te lo he dicho cientos de veces, es un mal bicho del que no te puedes fiar, el día menos pensado es tu cabeza la que pone a subasta.
- Lo sé, lo sé, me fío lo justo, pero ya sabes que está la cosa complicada ahora mismo y él es quien mejores trabajos da y quien los paga más generosamente.
- Aún así, ten cuidado.
- ¿Entonces no se rumorea nada de nada?.

Nan me hace un gesto para que me retire hacia un lado más alejado de la barra, me deja allí mientras se vuelve para poner la bebida.
La señora de la limpieza prosigue su trabajo ajena a todo, el camarero ha dejado de hablar con el cliente y se dedica a limpiar los vasos que va sacando de debajo del mostrador mientras el último habitante del bar no levanta la nariz de la copa que apura tan temprano.
De nuevo a mi lado, con el refresco sobre la barra, Nan baja la voz tanto que me cuesta oír lo que me dice:

- Mira, no sé si tiene algo que ver con las cosas que tiene el gordo ese entre manos, pero hace un par de días estuvo aquí un cliente que se pasa de vez en cuando, de esos a los que se les van la lengua cuando beben, y créeme que bebió para ahogar las penas de media ciudad y parte de los suburbios.
Bueno, cuando llegó la hora de cerrar tuve que ayudarle a salir del bar, y parece que no le hizo mucha gracia que le interrumpiese, porque mientras le sacaba a rastras balbuceaba que me iba a arrepentir, que tenía contactos, que conocía a alguien muy importante en el hampa, y que haría conmigo lo mismo que iba a hacer con la “putilla lista esa” que se pensaba mejor que el resto, que tendría mi merecido, como lo iba a tener ella cuando menos se lo esperase.
Por eso te digo que tengas mucho cuidado, que si ya de por sí no es de fiar, menos ahora, últimamente están dejando de venir algunos de los buscados, y eran tipos peligrosos.

Traté que no se me notase que la noticia me inquietaba, las probabilidades de que se refirieran a mí eran tan viables como el que no se refirieran a Bruce.
No era la información que venía a buscar, pero no iba a desestimarla sin más.

- Gracias, Nan, lo tendré en cuenta. Ahora debiera irme.
- Claro, claro. A ver si te dejas caer más por mi casa, ya sabes que eres bienvenida y que las copas corren de mi cuenta.

Mientras salía por la puerta, pude oírle recomendarme de nuevo:

- ¡Guárdate las espaldas, preciosa!.


Maldita sea, no tengo bastante con cuidarme de mis enemigos usuales, de mis clientes que no quieren dejarse matar, de mi competencia, de los despistes de mis ayudantes, y de una madre que me lleva a dudar entre el suicidio o el matricidio, que ahora he de cuidarme de mi jefe.
¿Estaré a tiempo para cambiar de profesión y hacerme porno-chacha?

viernes, 2 de octubre de 2009

Capítulo 6

Me dirijo hacía mi casa, necesito cambiarme de ropa, este disfraz de chica buena no es nada útil.
Tardo lo justo para ponerme unos pantalones cómodos, unas zapatillas deportivas y poco más. Bueno, también para coger un par de armas, hoy me decido por la Beretta usual y una Bersa Thunder 22, acaba la primera en mi cintura, bien encajada en su funda, y la segunda en el bolso, por si las moscas.
Tengo una carroza más que un coche, matizo, tengo algo que parece una carroza, pero que me sirve para la ciudad, Harbor le metió mano porque decía que necesitaba algo más discreto para algunas vigilancias que mi deportivo. Parece increíble que este utilitario tan triste lleve un motor de 8 cilindros en V, 5.500 c.c, con casi 400 caballos de potencia, y se ponga de 0 a 100 en 5,8 segundos.
Me encanta el ronroneo que hace cuando arranco, si es que soy una sentimental.

Propuse un cambio de cuartel hace ya mucho tiempo, hay ciertas cosas que se necesitan hacer en la intimidad de “hogar”, y aprovecho la distancia de mi casa para alejar a posibles intrusos de donde no deben.
Así que pongo música y me dirijo a donde me aguardan las chicas.

No tardo demasiado en llegar, no he visto la moto de Rose aparcada fuera, así que sé que otra vez llega tarde: un rasgo de carácter dice siempre, no soy capaz de cambiarla.

- Hola, Harbor, ¿qué tenemos para hoy?.
- Buenas, jefa. Llevo un rato ajustando la mira del M24, la tiene desviada y se desplaza el tiro medio centímetro cada mil cuatrocientos metros.
- Harbor, no lo uso nunca a más de novecientos metros.
- Ya, lo sé, pero quiero dejarlo perfecto.
- ¡Oye!, ¿qué hacen aquí diseminadas las piezas de dos de los ordenadores?, ¡todas las piezas!.
- Ah, es que oí algo raro cuando los arranqué hoy y quería confirmar que no pasaba nada raro.
- Define raro.
- Era como cuando suena el aire a través de la ventana.
- ¿Cómo el aire?, ¿no sería como el viento de este ventilador a través de esta mirilla, eh?.
- Uhm… valoraré el dato.

Sólo puedo suspirar, el exceso de celo a veces me desespera.
Un día tuve que posponer un trabajo porque se quedó tanto tiempo cuadrando la munición para que no faltaran menos de cinco cajas, con 30 balas, organizadas por tamaño, por arma, que cuando acabó el avión ya había despegado. Fácil si sólo llevara dos, pero en esta ocasión me hacía pasar por una comercial de una compañía armamentística y no portaba menos de 35 clases diferentes.

A lo lejos oigo una moto de gran cilindrada. Me acerco a los monitores a confirmar que es Rose. Puedo ver en las pantallas como se baja y despoja del casco. Al poco se abre la puerta y entra.
- ¿Qué tal chicas?.
- Llegas tarde, como siempre, algún día te voy a despedir.
- No llego tan tarde, es el reloj que no ha sonado.
- ¿Pero lo has puesto?.
- No.
- Dadme paciencia…
- Bueno, me hago un café y nos cuentas.
- ¡A mí un chocolate, gracias!.-Le grita Harbor sin levantar la vista de lo que hace.
- ¿Quieres algo jefa?.
- Ya lo pedí: paciencia.

Viene con las dos tazas y nos sentamos para avanzar los últimos datos.
Harbor deja a regañadientes lo que tiene entre manos, le cuesta dejar las cosas. ¿Tendrá algún trauma de niña sin juguetes?.
Comienzo yo, siempre lo hago.

- Harbor ya me ha dicho que anda aún con el rifle, y se ha montado su propio puzzle electrónico. ¿En que te ocupas tú estos días?, ¿qué novedades hay?.
- He estado descargando los últimos mapas que tiene la compañía del agua, han colocado nuevas tubería y salas de montaje que no teníamos en nuestra base de datos, también he instalado una puerta trasera en el sistema de archivos de la Propiedad y de la Seguridad Social, me ha costado un poco, por lo visto han pillado un par de vulnerabilidades y se cargaron el espía anterior que les puse, no hemos perdido mucha información, hice un backup hace nada. Ah, y me he cortado el pelo.
- Bien. -La miro con desesperación.- Pues tenemos un nuevo trabajo entre manos. He estado esta mañana con nuestro gordito feliz, y me ha dado algo de despojo, pero viendo el tiempo que hace que no tenemos nada entre manos, no nos vendrá mal desempolvarnos. Esta vez son dos piezas.

Harbor y Rose ya no se escandalizan por los resultados de nuestro trabajo, no es que estén a favor del asesinato, pero trato de coger encargos que puedan considerarse medianamente morales: asesinos, ladrones de alto estanding, maltratadores, etc.. Al cabo de un tiempo se acostumbraron y dejaron de preguntar: ¿por qué?.

- ¿Dos son el doble de pasta?.
- Sí.
- ¡Bien!, he visto un traje de noche que ni Marilyn Monroe.-Dice contenta entre tragos de café, Rose.
- Pero hay un detalle especial esta vez: no sabemos quienes son, sólo tengo unas fotos.
- ¡Eh, genial!, así puedo probar el programa de reconocimiento facial que implementé.
- Además hay otro detalle: Tiene que ser en el momento y lugar que nos indiquen. Tendremos que utilizar todo lo que esté en nuestra mano, cuanto antes acabemos, antes pasamos a otro asunto más usual.
- Esto no me gusta, que nos obliguen a que sea cuando y donde decidan nos cierra la puerta de la oportunidad.- Harbor normalmente suele estar más tiempo escuchando que hablando en estas reuniones, así que sólo puedo mirarla para transmitirle que tampoco confío en el plan.- Esto me huele mal, parece una encerrona.
- No te rayes, lo hace más emocionante, además no somos nosotras las que estamos allí, ¿verdad, jefa?.- Me dice mientras me guiña un ojo.
- No, no estaréis allí.

Mientras que reparto las fotos que me ha dejado Bruce, intento pensar modos de averiguar quienes son estos dos. No va a ser tan fácil.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Capítulo 5

Soy consciente de que no cuento con un equipo que pueda considerarse la elite de la investigación, pero cuando me planteo prescindir de cualquier miembro me siento como la veterinaria que ha de ponerle la inyección al perrito moribundo. Sé que no es profesional por mi parte, pero hasta ahora no hemos fracasado en ningún golpe.
Suponiendo que el que falle el silenciador de la automática por un exceso de pulido no cuente. Ni que se tenga en consideración el que entres por la puerta errónea debido a un plano equivocado. Obsesión de Harbor uno, despiste de Rose otro.

Así que cada vez que me encargan algo nuevo, no puedo evitar sentir una punzada de ansiedad: ¿qué puede ir mal esta vez?, algún día no salgo viva.
El trabajo de hoy es diferente, temo que será peor, teniendo en cuenta que generalmente me dan todo lo necesario para empezar a planificar, esta vez se han lucido: Bruce, maldito bastardo, ni el nombre me ha dado.
Tendré que utilizar casi todos mis informantes, y no me gusta pedir favores.

Llamo a las chicas, a veces me han cuestionado el que mi equipo esté compuesto sólo de mujeres, bueno, por un lado, sólo son dos, con lo que tampoco es que sea una feminista radial, y por otro lado, mis experiencias anteriores han acabado mal porque uno de ellos no acababa de asimilar que quien al final tomaba las decisiones era una chica, y el tener que demostrar continuamente mi capacidad agotó mi paciencia. En otra ocasión el asunto terminó peor de lo esperado, hay hombres que no entienden que un no es un no, y que no todas las mujeres necesitamos que nos hagan un favor, la cosa se resolvió con un cuerpo más en la estructura de un edificio en construcción. He de decir en mi descargo que fue defensa propia.
Por eso mi siguiente elección fueron ellas, y después de estos años, he tenido menos problemas que anteriormente, siempre y cuando imaginemos que el que mis posibilidades de ser atrapada y asesinada debido a sus “despistes” no son a propósito.

A Harbor la conocí en una reunión con un colega de profesión, le mencioné mi dificultad en encontrar alguien que controlase el equipamiento militar lo suficiente como para llevar el mantenimiento de mi arsenal, pero no tan inmiscuido dentro de la milicia como para despertar sospechas si hubiera que conseguir nuevo material proveniente de allí.
A veces su excesiva paranoia para que todo esté correcto me desquicia un poco, no deja nada a la imaginación, y en cuanto las cosas salen de lo previsto no deja posibilidad de flexibilidad porque no lo ha anticipado. Las cosas son o blancas o negras y cuadriculadas, vamos, que sigue parece que sigue viendo la vida en televisores de los años 50. Pero hace que si puedo fiarme de algo es de su trabajo, nunca (o prácticamente nunca) falla.

Por otro lado, justo en el espectro opuesto está Rose, ya casi ni recuerdo como entró a formar parte de mi pequeña camarilla, no lo recuerdo porque estaba borracha perdida un día de esos que no hay trabajo a la vista, ni posibles amenazas cerca. No hay nada como ir de juerga a un pueblo con menos habitantes que un centro comercial en rebajas para que se minimice el riesgo a umbrales insospechados.
Lo único que flota en mi memoria es que casi me caía al intentar abrir la puerta de la habitación de mi hostal cuando apareció ella tan borracha como yo para ayudarme.
Lo siguiente que viene a mi memoria es estar durmiendo en la bañera y tenerla con la cabeza dentro del váter… lo reconozco, la desperté tirando de la cadena y viendo su cara azul por el limpiador colgado allí. Hacedme caso, no os riáis a carcajadas con resaca: duele.
Nos quedamos hablando y resultó que tenía estudios en ingeniería, pero que como no le gustaba trabajar once meses al año estaba dando tumbos. Algo me hizo ofrecerle el puesto, ese algo fue el resto de alcohol en mis venas, de eso estoy segura.
Hasta ahora es mi mayor “enemiga”, teniendo en cuenta que la mitad de las veces que sigo sus planes estoy a punto de morir, pero le he cogido cariño… espero que se acuerde de eso cuando tenga que escribir un epitafio en mi lápida.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Capítulo 4

- Querida, que placer tenerte de nuevo aquí.
- Buenos días, Bruce, veo que has remodelado el despacho.
- Sí, cierto, creo que el arte Naïf va más con mi estado actual.
- ¿Estado actual?, ¿gordo?, porque si no me equivoco aquel es un Botero.
- Buen ojo, cielo.

Odio que me llamen monada, cielo, princesa, amor, pastelito, magdalena, bizcocho, tarta de fresa, bocadillo de jamón… pero como más vale no morder la mano que te alimenta me toca poner cara de adulada.

- Pasaba por aquí y…
- Ya, ya, ya. Mi amor, tengo ojos y oídos por todos lados, sé que llevas bastante tiempo sin poner tus aptitudes a trabajar.
- Bueno, son malos tiempos, incluso para nosotros.
- Precisamente estaba pensando en ti.

Será falso, lleva meses en los que sé que ha estado utilizando los recursos de otros, como ha mencionado, hay ojos y oídos por todos lados, y aunque yo no sea el clon de Dumbo, tampoco soy ignorante de lo que sucede.
- Espero que para bien. No recuerdo haber hecho ninguna trastada de la que tengas que acordarte.
- Jejeje, no, nena, siempre pienso en ti para bien, eres mi preferida.- Me lanza una sonrisita maliciosa que obvio mirando de nuevo los cuadros.- Pero ven, sentémonos.

Separo la butaca para sentarme, e intento componer de nuevo mi cara profesional, lo que vendría a ser cara de sensiblemente interesada en todo lo que se vaya a decir, aunque a veces no puedo evitar valorar los riesgos de la habitación donde estoy. Paseo la vista con disimulo, y absorbo los cambios, conozco demasiado bien el despacho para no tener ubicada ya las posibles salidas.
Mientras Bruce saca de la hibernación su ordenador, descubro que además de los cuadros, ha hecho otros pequeños cambios: la alfombra no está en su posición original, no lo había percatado antes, pero puedo ver el pequeño cambio de color en la tarima, fruto de continua protección dejada a la vista.
También la mesa está desplazada, y está dejando nuevas marcas al lado de las antiguas.
¿Remodelación del despacho?. Por costumbre mi mente almacena la nueva información independientemente de que sea importante o no. Es un rasgo de carácter.

- Desde hace un tiempo estamos teniendo una buena racha de contratos. Alguien está recompensándonos gratamente por limpiar sus trapos.
- ¿Y quién es ese benevolente personaje?.
- Oh, mi querida, esta vez no puedo decírtelo, acuerdo de confidencialidad con el cliente.
- Sí que ha de ser importante, supongo que es alguien público o de nuestro mundillo, porque de otro modo no hay mucho sentido en que no nos informes para poder estudiar las variables de donde se mueve cliente y objetivo.
- Lo siento, pero esta vez es a ciegas. No puedo decir nada.
- Esto sí que es nuevo, ¿desde cuando eres un sacerdote o un abogado?.
- Desde que el plus por mantener la boca cerrada me provee de un gran incentivo.
- Claro, claro. ¿Y hay algo que yo pueda hacer por tu nuevo cliente misterioso?.
- Sí, precisamente eres la indicada para rematar algunos flecos que nos están quedando.

Arrastra la silla para abrir el armario que tiene a su espalda, momento que aprovecho para girarme un poco intentando conseguir un ángulo desde el que pueda ver parte de la pantalla.
No veo más que el reflejo de una foto expuesta en ella, pero puede ser cualquier cosa, desde un detalle que tenga algo que ver con el cliente a una foto porno en la que ande recreándose mientras habla conmigo. ¿Será de hombre o de mujer?, Bruce juega al despiste y nunca confirma opciones sobre él.
He de recolocarme de nuevo, se vuelve con una carpeta demasiado gruesa para lo usual y la coloca sobre la mesa.

- Veamos lo que nos queda por aquí… Uhm… sí, creo que esto es perfecto para ti.

Pone una serie de fotografías delante mío, en ella se ve a relativa distancia una pareja que se abraza, que se despide y que va cada una por un lado. Él es alto y de mediana edad. No estoy segura de si se aprecian unas canas en el pelo o es el efecto de la mala calidad de la foto. En algunas de las fotos se ve que lleva un maletín en la mano izquierda, lo interesante es que en otra me parece intuir que el maletín va cogido a su muñeca por algo con un reflejo metálico: ¿esposas?. Es alguien con poder o dinero, o ambos, que suelen ir acompañados.
Respecto a ella, no hay mucho que saque de la serie de fotos, a priori parece una rubia típica: bien vestida, con altos tacones y buen cuerpo. No observo nada que me sea de utilidad en ella, excepto que mientras el hombre se aleja hacia un coche con chofer, ella es recogida por otro que me recuerda levemente a los coches oficiales.

- Bien, dime. ¿Qué necesitas?.
- Lo de siempre, en lo que eres experta: un trabajo limpio y fuera de sospecha. Únicamente hay un detalle: debe ser en un día y momento fijo.
- Eso no es lo normal, la oportunidad no se presenta cuando uno quiere. ¿Quién es el objetivo?, ¿él?.
- Los dos. Nuestro cliente quiere que los mates a los dos y que consigas algo.
- ¿El maletín del hombre?.
- No, eso es irrelevante, es algo que tiene ella.
- Muy bien, necesito más información para conseguirlo. Nombres, datos, todo lo que me pueda ser de utilidad.
- Sólo puedo darte unos nombres y las fotos. El resto tendrás que averiguarlo tú. Sólo puedo decirte que le fecha y el momento del trabajo te lo diré un poco antes, por ahora no está en mi mando esa información.
- Ya veo, nada de facilidades. ¿Cuál es el precio?.
- Un millón por cabeza.
- Sí que tiene interés en que no sigan en este mundo.
- Yo no pregunto razones, sólo valoro riesgos para mí… y mi gente, claro.
- Claro.
- Está bien, acepto el trato, pero necesito todo lo que me puedas dar, todo.
- Esta es mi chica.

Después de media hora más discutiendo detalles de la operación con Bruce salgo de su edificio.
Menuda mierda en la que me he metido, un encargo que se sujeta con alfileres, y que además tiene el añadido de que ha de ser en el momento en el que alguien ajeno te diga, lo que incrementa con mucho la peligrosidad.
Saco el móvil para llamar a mi grupo y que nos pongamos a averiguar quienes son estos dos antes de que se enfríe la escasa pista que me han dado.
- ¡Joder!

martes, 22 de septiembre de 2009

Capítulo 3

Contactar con Bruce no es tan fácil como parece, has de pasar una serie de niveles para llegar a él, la mayoría de trámite si ya has tenido acuerdos satisfactorios con la organización, el único que puede dar algo de problemas es Kato, su asistente y guardaespaldas personal.
Si cogieran un camión de 8 ejes y lo dotaran de vida… y no fuera un Transformer, claro, sería el ejemplo más claro de cómo es Kato.
Como todos los estereotipos, el gigantón responde al suyo, y cuanto más grande es más cortito de entendederas parece, pero se comete un grave error al pensar eso, es mucho más listo de lo que nadie intuye, creo que Bruce juega con esa carta, que la mayoría deja entrever sus verdaderas intenciones delante de Kato contando con que no se dará cuenta y luego… digamos que más dura será la caída.

Afortunadamente, tuve el buen tino de no menospreciar al gigantón, y tras varios encargos se podría decir que a veces intuyo su predilección por mí.

- Buenos días, Kato, ¿qué tal van los negocios?.
- Bonjour señorita.
- ¡ey!, ¿y esa perilla a lo Ángeles del Infierno que te has dejado?. Pareces muy…uhm…¿cómo decirlo?
- ¿Peligroso, duro, temerario, sexy…?
- No, caprino.
- Jajaja, está loca, señorita. Beeee.
- Jajaja, no más de lo normal.¿Qué tal van los negocios por aquí?, ¿algo que me pueda interesar?.
- El jefe anda metido en un par de asuntos que están dándonos muy buenos frutos, es posible que algunos de los cabos sueltos sea un sustancioso anticipo para usted.
- Genial, ¿puedo hablar con Bruce?.
- Un segundo que le llamo.

Kato se va a la mesa que tiene habilitada con todo lo que un secretario al uso desearía: teléfono, fax, el último modelo de ordenador, un paquete de revistas que ya quisiera una peluquería.
No tarda mucho en volver, me guiña un ojo, si es que en el fondo es un encanto de armario ropero, espero que jamás tengamos que ser enemigos, no querría estar en su contra, con él optaría por salir corriendo no fuera que me atrapara.

- Señorita, el jefe está esperándola.
- Gracias, encanto.- Le guiño un ojo mientras entro… espero haber parecido sexy, la última vez que me dio por guiñar un ojo me preguntaron preocupados si se me había metido algo.

Detrás de las puertas de roble y metal está el despacho de Bruce, casi toda mi casa cabría dentro, más de una vez me he planteado pedirle a Kato unos patines para recorrer la distancia que me separa desde la entrada hasta donde se sitúa la mesa de mi empleador.
Atravieso con paso firme la alfombra gris perla que recubre casi todo el suelo, se oyen mis pisadas atenuadas por el grosor mullido que me rodea, normalmente no uso tacones, sólo llevo los estiletos en momentos especiales, por mucho que nos hayan intentado hacer creer los videojuegos, comics, películas, ninguna mujer que deba hacer un ejercicio físico, contra más una asesina como yo que ha de salir corriendo de mil y una vicisitudes, se le ocurre ponerse zapatitos de cristal, lo mínimo que puede pasar es cargarte los zapatos, si no tienes la mala suerte de romperte los tobillos. El día que vea correr a una atleta en las Olimpiadas con tacones, ese día me plantearé mi vestuario laboral.

A Bruce le encanta el histrionismo, está sentado en su sillón, una pieza del siglo XVII que seguramente habrá conseguido a muy buen precio, o como muy buena compensación. Algún día he de regalarle un persa blanco, es que es lo único que le falta para parecer el dirigente de Espectra.
Ha cambiado los cuadros, la última vez que vine tenía colgados unos Francis Bacon, mi conocimiento artístico no es tan exquisito como para saber si eran auténticos, pero aunque así fuera, por mucho que digan las publicaciones especializadas, a mí a recreación del Papa Inocencio X de Velázquez no sé si englobarla en: “oh, dios mío, he derramado aguarrás sobre mi cuadro” o en: “no sé si suicidarme o pintar para que el cuadro me haga morir de horror”.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Capítulo 2

Los asesinos en serie no se anuncian en la guía, no encontrarás un anuncio del tipo: “Asesina francesa universitaria, guapa, con dos grandes armas, hago de todo: corbata francesa, tortura china natural. Me desplazo”, por esa misma razón es tan importante mantener una red de clientes satisfechos e informadores discretos que hagan llegar fácilmente la necesidad de un profesional a nuestros oídos.

En mi caso, mi empleador usual, aunque soy autónoma, es un tipo del que más vale ser amiga, no por la calidad de los trabajo que me consigue, sino porque el no tenerle de mi lado me acarrea más inconvenientes que ventajas.
Bruce no cuadra con la categoría de gordito afectuoso y feliz, es más, creo que si hubiera una entrada en el diccionario de “hijo de perra, traidor y misógino” su cara estaría ilustrándola. Pero es el procurador de trabajo más eficiente y que mejor paga de todo el mundillo.
Esa es su única parte buena.
La mala: ¿he dicho que es un hijo de perra traidor?.
Bruce no tiene moral, no creo ni que sepa que significa eso, lo mismo te contrata para hacer un encargo que da el mismo a otro asesino, y la cara de sorpresa cuando llegas tarde a tu objetivo y le ves muerto roza con la ira.
Mi Némesis, si quitamos a mi madre, la cual roza el culmen del sufrimiento filial, no es el gordito desalmado, es un grupo de mercenarios que se hacen conocer con el nombre de DS. Nuestra relación podría resumirse en un simple odio mutuo.
Nos hemos boicoteado trabajos por todo el mundo, desde pequeñas escaramuzas en Azores a verdaderos trabajos de ingeniería planificadora en Oriente Medio, pero siempre se me quedará grabado el verles matar a sangre fría a uno de los suyos en plena acción en Londres.
No quiero decir que la matanza me escandalice, si fuera así no trabajaría de lo que trabajo, fue el modo en el que lo hicieron: sin previo aviso, sin que nadie lo esperase, al menos aparentemente, porque justo en ese momento se felicitaban por terminado la misión, y entre risas, cogieron al pobre infeliz y le hicieron comer una granada de presión, después le colocaron en un torno y el resto es historia escrita en todas las paredes con bilis, sesos y restos humanos, todo amenizado por carcajadas aún más altas.
Pero así es Bruce, y así es el mundo en el que me muevo, has de saber donde pisas porque puede que sea tu último paso.

Como me fastidia tener que recurrir a esa bolsa de grasa para salir de esta inacción.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Capítulo 1

Odio el super, sí, cada vez que vengo me pregunto mil veces por qué habré dejado mi C-4 en casa… mi C-4, mi rifle de asalto, mi Beretta , mi rodillo de amasar pan… cualquier cosa que haga que las viejas inoportunas que se me cuelan en la pescadería tengan un placentero viaje al más allá.

Cuando paso al lado de los espejos de seguridad no me reconozco, no puedo ser esa mujer con ojeras y moño despeinado que viste una camiseta desteñida. ¡Qué bajo he caído!, quien iba a pensar que alguna vez acabaría de este modo.

Me llamo… bueno, podéis llamarme Hide, y hasta hace poco era la más letal y efectiva asesina a sueldo que se podía encontrar en el mercado de mercenarios. Pero llegó la crisis, y de pronto dejó de ser productivo cargarte a los competidores y cabos sueltos. No acabo de entender el porqué, teniendo la gran gama de precios que tenemos, que tampoco es tan caro contratarme para acabar con la vecina que te tira el agua de los geranios en la ropa colgada.

Así pues, aquí me encuentro, tratando de no romperle el cuello al que me atropella con el carrito por el pasillo de los detergentes, parece que últimamente le dan el carnet de conductor a cualquiera que tenga alma de kamikaze.
Me lo tengo merecido, eso me pasa por no haber guardado nada en todos estos años, pero es que las fiestas en las que corría el champán por doquier eran casi necesarias.

Desespero por un trabajo, me voy a volver loca como siga haciendo de ama de casa, nunca había echado tanto de menos mi profesión: su emoción y su riesgo.
La última vez que actué fue en Sudáfrica: se me encargó acabar con las presiones que ejercía un cacique local sobre un traficante de armas, por alguna extraña razón parece que no le sentaba muy bien que las cajas con los cohetes tierra-aire se extraviasen siempre en los controles que el primero ponía.
El trabajo estaba bien pagado, el riesgo era aceptable, y afortunadamente para Rose, mi ayudante de tácticas, al final resultó más sencillo de lo proyectado, ya que el jerarca había acabado creyéndose su aire de divinidad intocable autoimpuesto, y redujo su guardia personal a sólo cuatro gigantones con metralletas de corto alcance.
Para facilitarme la tarea organizó una fiesta a los más altos cargos de la zona, y conseguí entrar como una invitada más, llegó a ser hasta divertido cuando me colé en su habitación y le dejé preparada aquella guillotina especialidad de Harbor, ella siempre me provee de las más ocurrentes armas. Quizás el baño de sangre fue algo excesivo, Harbor nunca medita a la hora de controlar los efectos de sus juguetitos, pero nada que un cambio de vestido y un buen peeling no pudiera arreglar.
Algo más complicada fue la salida de la residencia ya que el sistema de seguridad había sido ampliado ese mismo día y no entró dentro del análisis de riesgos que preparé. Sin embargo logré escapar justo a tiempo antes de que…

¡Mierda, ya está el teléfono sonando de nuevo!... y sé quien es sin cogerlo, grrr…
-Dime… mamá, ¿qué quieres ahora?
-Oye, ¿dónde estás?, bueno, da igual, venme a buscar que quiero ir a comprar una máquina de correr.
-¿ein?, ¡pero si tu no puedes correr, tienes hernia discal!, ¿para qué quieres una cinta de correr?
-Es que está barata y claro, no hay que desaprovechar la oportunidad.
-No, mamá, da lo mismo que sea gratis, tú no puedes usarla, es absurdo que la compres, la vas a dejar tirada como tantas cosas antes.
-¡Se lo voy a decir a tu padre, que nunca quieres llevarme a comprar, con todas las cosas que yo hago por ti, eres una desagradecida, te he criado para que luego me salgas así, que poco te pareces a la hija de la vecina, ella sí que es una buena hija, está todo el día con su madre, sale hasta con ella de juerga!
-Mamá, tienes 60 años, ¿a qué juerga se supone que quieres ir?
-¡ya me lo dicen mis amigas, pobrecita de mí, que tengo una hija que..
-¡¡¡está bien, está bien, ya voy!!! Grrrrr.

Maldita sea, ¿por qué regresé a la misma ciudad de mi madre?. Tiene el don de hacerme perder los papeles en tres frases.