miércoles, 7 de octubre de 2009

Capítulo 7

He dejado a las chicas trabajando en el asunto de las fotos mientras salgo para indagar entre conocidos de confianza, es importante tener una buena red de información, nunca se sabe quien puede ayudarte ni en qué.

Cuando estoy saliendo a la autopista recibo una llamada, no sé si hice bien en cambiarle el tono del móvil para reconocer a quien marca, porque realmente me empiezo a cabrear según descubro la melodía. Le puse un tono de teléfono clásico, debí ponerle el Réquiem, le queda mejor.

- Mamá.
- ¿Dónde estás?.
- ¡Haciendo mis cosas!, ¿qué te pasa?.
- Oye, que estoy en una tienda, y he visto una máquina de café espresso divina.
- Mamá, a mi no me gusta el café, no lo tomo.
- Bueno, pues para cuando tengas novio, porque se te va a pasar el arroz, si es que no sé que le haces a los hombres que siempre te dejan, tienes el don de buscarte los peores, ya se lo digo a tu padre, que no sé que hemos hecho mal para que nadie te quiera. ¿No me ves a mí?, sólo tu padre, y ahí estamos, ya 35 años casados, vas a ser una solterona si sigues así, si quieres busco al hijo de alguna amiga, lo mismo queda alguno libre…
- ¡¡Mamá, deja el maldito tema!! No me compres nada, no me busques novio, te cuelgo.
- Qué estúpida eres, no me extraña que estés sola. Hala, adiós.


Me enerva, me pone de mala humor, siempre la misma cantinela.
Bajo la velocidad del coche, sin ser consciente he pisado el acelerador y lo último que quiero es que la policía me pare y me registre, que aunque tengo permiso de armas no es cuestión de darles pie para que me tengan retenida y empiece a constar en las bases de datos.

Mi primera parada es el bar de un conocido, no creo que saque mucho de allí, pero como en todos los bares, los rumores van y vienen y en el fondo muchos de ellos tienen visas de ser auténticos.
Aparco un par de calles por detrás del local, así tengo la oportunidad de comprobar el terreno, son costumbres profesionales.
En cuanto entro tardo unos segundo en acomodar la visión a la oscuridad que reina dentro, el contraste con el exterior me deja vulnerable un par de segundos. No es muy tarde, así que apenas hay parroquianos: una mujer que limpia en el final de la barra, un habitual charlando con un camarero y Nan, el dueño.

- Mira quien está aquí, Hide, encanto. ¿Qué te trae por este antro de perdición?.
- Buenas horas, Nan, mucho tiempo sin verte esa calvorota, algún día te confundirán con una bola de billar, espero que no te cuelen en ningún hoyo oscuro y maloliente.
- Eh, los hoyos en los que me cuelo son oscuros pero no huelen mal… tan mal. Pero anda, tómate algo. ¿Qué te pongo?.
- Dame un refresco, que no son horas.
- ¿Vienes a ver a un viejo amigo o te traen asuntos de trabajo?.
- ¿Te consolaría saber que ambos?.
- Serás mentirosa, venga suelta, que necesitas.
- No mucho, sólo saber si se ha oído algo en lo que puede estar metido Bruce.
- ¿Ese gordo carbón?, no me gusta meterme en su terreno, te lo he dicho cientos de veces, es un mal bicho del que no te puedes fiar, el día menos pensado es tu cabeza la que pone a subasta.
- Lo sé, lo sé, me fío lo justo, pero ya sabes que está la cosa complicada ahora mismo y él es quien mejores trabajos da y quien los paga más generosamente.
- Aún así, ten cuidado.
- ¿Entonces no se rumorea nada de nada?.

Nan me hace un gesto para que me retire hacia un lado más alejado de la barra, me deja allí mientras se vuelve para poner la bebida.
La señora de la limpieza prosigue su trabajo ajena a todo, el camarero ha dejado de hablar con el cliente y se dedica a limpiar los vasos que va sacando de debajo del mostrador mientras el último habitante del bar no levanta la nariz de la copa que apura tan temprano.
De nuevo a mi lado, con el refresco sobre la barra, Nan baja la voz tanto que me cuesta oír lo que me dice:

- Mira, no sé si tiene algo que ver con las cosas que tiene el gordo ese entre manos, pero hace un par de días estuvo aquí un cliente que se pasa de vez en cuando, de esos a los que se les van la lengua cuando beben, y créeme que bebió para ahogar las penas de media ciudad y parte de los suburbios.
Bueno, cuando llegó la hora de cerrar tuve que ayudarle a salir del bar, y parece que no le hizo mucha gracia que le interrumpiese, porque mientras le sacaba a rastras balbuceaba que me iba a arrepentir, que tenía contactos, que conocía a alguien muy importante en el hampa, y que haría conmigo lo mismo que iba a hacer con la “putilla lista esa” que se pensaba mejor que el resto, que tendría mi merecido, como lo iba a tener ella cuando menos se lo esperase.
Por eso te digo que tengas mucho cuidado, que si ya de por sí no es de fiar, menos ahora, últimamente están dejando de venir algunos de los buscados, y eran tipos peligrosos.

Traté que no se me notase que la noticia me inquietaba, las probabilidades de que se refirieran a mí eran tan viables como el que no se refirieran a Bruce.
No era la información que venía a buscar, pero no iba a desestimarla sin más.

- Gracias, Nan, lo tendré en cuenta. Ahora debiera irme.
- Claro, claro. A ver si te dejas caer más por mi casa, ya sabes que eres bienvenida y que las copas corren de mi cuenta.

Mientras salía por la puerta, pude oírle recomendarme de nuevo:

- ¡Guárdate las espaldas, preciosa!.


Maldita sea, no tengo bastante con cuidarme de mis enemigos usuales, de mis clientes que no quieren dejarse matar, de mi competencia, de los despistes de mis ayudantes, y de una madre que me lleva a dudar entre el suicidio o el matricidio, que ahora he de cuidarme de mi jefe.
¿Estaré a tiempo para cambiar de profesión y hacerme porno-chacha?

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